lunes, 6 de febrero de 2012

Cucho


Cucho
Patricia Sanmigue



No hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y transforme en héroe.
Platón

Cucho era enorme y de pelaje muy suave. El último varón de 52 hermanos. Hijo de una atlética liebre que cayó perdidamente enamorada  apenas rozar las sedosas mejillas de un conejo de angora. Ambos se conocieron en cautiverio. Su dueño insistía en cruzar las dos especies y así obtener el mejor criadero canícula de la región.
A pesar de pertenecer a una numerosa prole, Cucho fue el único en heredar las mejores cualidades genéticas de sus progenitores: musculosa estructura y envidiable pelo color plata. Motivos que lo mantenían a salvo y lejos del matadero (sitio del que ninguno regresaba).
Una noche, Matu, su vigésimo tercer hermano, e inseparable amigo, golpeteó con sus patas traseras el piso. Anunciaba peligro.
-Debo escapar hoy por la noche. La rata que vive en el cobertizo, me avisó que mañana seremos sacrificados varios animales.
Cucho no podía imaginarse lejos de Matu. Desde pequeño le admiraba. Él le enseño a dar sus primeros saltos, a olfatear y saborear las zanahorias antes de darles una mordida, a cavar con firmeza, sin ensuciarse, a escabullirse entre los matorrales para aguardar el mágico instante en que los astros se confunden...
-¡Yo voy contigo!- le respondió enseguida.
-¿Cómo? Pero tú aquí no corres ningún riesgo, eres muy valioso…-
-Matu, estando juntos siempre podremos enfrentar aquello que nos encoge el corazón ¿Lo recuerdas?  Me lo has dicho desde pequeño. Ahora soy yo quien quiere apoyarte.
Ambos hermanos prepararon la huida. A Cucho le sería difícil recordar luego con claridad qué sucedió. Al parecer, su memoria se resistía a revivir lo ocurrido. A veces despertaba asustado, sudando, y escuchaba los sonidos de esa trágica noche: un golpe seco, el ensordecedor trueno de una escopeta…
Sólo él logró fugarse, gracias a su complexión física, después de atravesar varios sembradíos llegó al pie de una carretera, herido por las cercas de acero con púas que fue cruzando en su camino.
Ahí fue donde lo encontraron, moribundo.



El entrenador lo bautizó con el nombre de Cucho, porque lo descubrió con media oreja y graves rasguños repartidos en el cuerpo.
Recuperarse no le fue fácil. Las heridas físicas sanaban pero había una lesión más profunda...
El entrenador sentía compasión por él. Y aunque se propuso sanarlo e incluirlo en el espectáculo que preparaban no lograba hacerlo reaccionar. Con gran paciencia, lo alimentó, le demostró cariño y poco a poco Cucho fue recuperando la salud física… pero se mantenía al margen, oculto en un rincón...
-Cucho, no puedes vivir escondido.
-… (el pequeño Cucho, como bulto, seguía inmóvil y mudo entre las sábanas).

Así pasaron más de quinientos treinta y siete días. A Cucho le aterraban los bichos, incluso los diminutos, no soportaba la obscuridad, pero tampoco salir a la luz, temblaba apenas intentaba dar un salto fuera de la cama, se había convertido en un manojo de nervios.
Durante todo aquel tiempo, el entrenador no olvidó, ni una sola mañana, llevarle su pastel de zanahoria con germinado, su jugo de apio y como postre: lechuga en almíbar, siempre con una pequeña nota:
“Cucho, te esperamos afuera. Atrévete a dar el primer salto, nosotros te cuidamos”.

El resto de los conejos no comprendían por qué el entrenador era tan atento con un desconocido que ni siquiera le respondía cuando le hablaba.
-Vamos muchachos, no sabemos qué le ocurrió a Cucho, pero seguramente fue algo terrible, y ustedes deberían ponerse en sus zapatos. Imagínense vivir con media oreja y cubierto de cicatrices-
-¡Qué horror! ¡Yo no podría salir así a la calle!- exclamó Ciso una noche, mientras el resto guardaba silencio.


Y como todo cambio en las rutinas produce un cambio interior, el destino hizo que una mañana, la charola con comida no apareciera en el lugar de costumbre...
Cucho la extrañó, y extrañó las cejas pobladas del entrenador.
¿Qué sucede? Pensó y sacó la cabeza de debajo de las sábanas…
Las horas transcurrían al ritmo de los rugidos de sus tripas, los malos presentimientos no cesaban de rondarle en la cabeza. Supuso lo peor. Se imaginó al entrenador arrollado por un tren. Consideró que los demás conejos enloquecerían y lo enviarían en un cohete al espacio. Luego vino a su mente otro pensamiento atroz: feroces perros persiguiendo a su nuevo amigo, él esquivando balas, corriendo entre piedras y espinas.
-Sí… seguramente también quisieron enviarlo al matadero- lamentó sumido en tristeza.
Cucho decidió aventurarse fuera de la habitación...  Había algo que por fin era superior a su miedo.
Había una luz dorada en la ventana… Cucho observó la luz del sol, tal y cómo solía hacerlo con Matu. En ese instante sintió a su hermano cerquita de él, se dio cuenta de que nunca estuvo solo... Entonces los recuerdos volvieron. Con ellos Cucho trasformó su miedo en valor. Brincó hasta la puerta y… ¡oh, sorpresa!, no esperaba que aquel a quien supuestamente iría a rescatar, estuviera acercándose con la charola y una sonrisa...
-¡Cucho, decidiste salir!
-Pensé que le había sucedido algo malo…
-No, Cucho. Uno de tus compañeros enfermó y tuve que llevarlo al doctor. Debes de tener hambre…
-Me preocupé por usted.
-Perdona, debí avisarte…
El ruido de los conejos ahogó la última frase de Cucho, quien se acercó a contemplar más de cerca a los conejos.
-¿Qué hacen?

-Es parte de un espectáculo para el circo, ven a ver…
¡Maravilloso!¡Espectacular! Jamás pensó que un grupo de mamíferos regordetes y orejones  podían ser capaces de semejantes hazañas. Cucho no cesaba de aplaudir.
-¿Te gustó? ¿Quieres participar?
-¿Yo…? Tengo aún un poco de miedo…
-Sólo puedo ofrecerte mi mano cuando la necesites.
-Lo sé… Me promete que siempre la tendré cerca.
-Siempre es una palabra muy larga, te prometo que la tendrás día a día.

Los monstruos del conejo de la oreja rota poco a poco se fueron desvaneciendo. Preparar el espectáculo le proporcionó la alegría de vencer nuevos miedos y, aunque por las noches todavía dejaba la luz encendida, sus ronquidos se confundían con los del león y  no dejaban descansar a más de alguno. Esos sí que eran motivo de espanto.

Bio-coneja:

Patricia Sanmigue
Paty ha crecido venciendo muchos miedos, algunos pequeños y otros enormes. Poco a poco ha ido descubriendo que ningún monstruo será mayor al gigante que nos habita, sólo debemos averiguar cómo despertarlo. A ella le tomó tiempo comprenderlo. La respuesta es sencilla dar y recibir amor. 

sábado, 4 de febrero de 2012



Nicte García Yuen


¡Nunca imaginé al probar “conejo a la mexicana” que años más tarde llegaría a convertirme en uno!


Lo comento ahora alejada de mis propios compañeros conejos, no vayan a salir espantados. Mi encuentro con dichos animales, previo a convertirme en uno, fue una experiencia culinaria deliciosa. Debo aceptarlo aunque podría considerarse una declaración caníbal de mi parte. Cuando era adolescente tuvimos en casa un par de conejos, blancos con vivarachos ojos cereza. Pasaban gran parte de sus horas saltando entre las macetas de rosales y malvas del jardín de mamá. Devoraban lechugas y zanahorias, mismas que compartían con una docena de canarios.


Todos éramos felices: mamá, los conejos, los canarios y, por supuesto, yo. Hasta que los conejos crecieron tanto, poniéndose muy rechonchos. Su hábitat jardín/madriguera les quedó pequeño. Tomamos la decisión de enviarlos, derechito y sin escalas, al “paraíso conejil”, donde los que fueron buenos conejos comen frescas hojas de alfalfa para toda la eternidad. El asunto, sin más rodeos, es que fueron a parar a la cocina de unos tíos, quienes se declararon expertos en el arte de preparar “conejo a la mexicana”. Tú me traes a esos conejos enjaulados, y yo te regreso una cazuela de la especialidad de la casa “conejo a la mexicana”. Mamá terminó encantada con el trato, gratuito además, y nuestros conejos blancos de vivarachos ojos cereza, vieron sus últimos instantes cerquita de la lumbre.


Una tarde, de regreso de la escuela, ahí sobre la estufa estaba la cazuela con el platillo. Considero necesario, por respeto a los compañeros conejos que anden por aquí, reservarme mi opinión sobre lo sabrosa que sabe la carne de conejo. Más si está sazonada con jitomate, cebolla y chiles verdes.


Semanas más tarde, consideramos la opción de adquirir otro par de conejos, a los cuales engordaríamos para luego mandarlos de vacaciones con mis tíos. Sin embargo, esto no sucedió, por falta de presupuesto.


Claro que en mi actual estado conejudo semejante final  resulta sacado de las peores pesadillas. Obviamente, no quisiera que algún cocinero pusiera sus manos en mi peludo cuello, para decorarme con vegetales y aceite de oliva. Por fortuna, los citados tíos cocineros de platillos exóticos han optado por preparar “caldo de Tlacuache”, la nueva y renovada especialidad de la casa.  

lunes, 23 de enero de 2012

Conerregos...

Conerregos
Tito, Lito y Leto
(O el trío de conejos-borregos)
Nicté García



“A eso de la media noche,  vinieron  los conejos y se quedaron quietecitos, con las orejas paradas, escuchando aquella música”.
Los tres conejos
Leyendas y consejas del antiguo Yucatán.
Ermilo Abreu Gómez


Ese trío de conejos  pasaban gran parte del día con un prolongado sí, sí, sí en sus bigotudos hocicos; moviendo sus cabezas de arriba a abajo y jugando muy sonrientes, pues siempre parecían estar entusiasmados con esto o aquello que hacían sus compañeros y prestos, sacudiendo sus patitas, se ponían a imitarlos.
De repente, despertaban una mañana decididos a subirse a la caminadora, porque pensaban que era súper divertido ser igualitos a Ciso, hasta querían hacer el mismo cruzado de patas cuando se inconformaba con el entrenador; y  entonces  pasaban todo el día detrás de éste, sosteniéndole sus artículos de limpieza, incluso evitando parpadear para no perder detalle de algo importante que estuviera haciendo.  Lamentablemente, Ciso se hartó más pronto de este trío de conejos, de lo que ellos se enfadaron de seguirlo a todas partes, y  aunque no quisieran aceptarlo, prácticamente “los echó fuera” de “quién sabe dónde”.
 Se la pasaban tan ocupados imitando lo que hacían sus compañeros conejos que ni tiempo les quedaba para enterarse de sí mismos, incluso la mayoría los confundía, no porque realmente fueran triates, sino porque peinaban su pelaje igual, usaban el mismo tono de voz, e incluso movían sus patas para caminar al mismo tiempo. No se sabía dónde empezaba uno y terminaba el otro. Ya hasta habían olvidado cómo vivían antes de unirse a tan fantástico acto circense.
Un buen  día, cuando salieron a desayunar su respectiva dotación de zanahorias;  se dieron cuenta que el resto de los conejos no estaba ni en sus jaulas ni en ningún rincón del Circo. Para su mala, malísima suerte, ni el entrenador andaba por ahí. Entonces parados y muy quietos se quedaron,  parados y con sus patas cruzadas, mirándose unos a otros, parados y viendo pasar las horas, y viendo pasar las mañanas y las tardes, hasta que se les ocurrió la idea de separarse para buscar al resto del grupo.
El primero  anduvo saltando entre las jaulas de los tigres y leones, jugando a domar fieras salvajes; el segundo estuvo brincando a mitad del ensayo de los payasos, escuchando chistes y chascarrillos;  y el tercero decidió quedarse ahí esperando por si alguno regresaba.
Los conejos tomaron diferentes caminos, de forma que cada uno recordó su antigua voz, la que solían usar antes de ingresar al Circo, pues ya no tenían a nadie a quién imitar. Como ya se habían separado un poco y vieron que disfrutaban aquello, decidieron ir otro poco más lejos, topándose con otras personas y animales, observando calles y cielos distintos. Recordaron entonces a sus padres y abuelos y a sus hermanos y sobrinos. Y luego, sintiéndose muy audaces, fueron todavía más y más lejos. Para cuando tuvieron que regresar al Circo, ya cerca del atardecer, hasta los recuerdos de su niñez estaban claros en sus cabezas.          
El entrenador fue el primero en verlos llegar, con sus patas delanteras enlodadas y sus bigotes sucios,  quiso saber qué habían hecho, pues verlos tan felices le sorprendió. Y aquel trío de conejos se comenzó a pelear porque todos querían hablar y contar sus aventuras. Armaron tal alboroto que el resto de los conejos, se fueron acercando, atraídos por los gritos,  sin reconocer a esos “come zanahorias” mugrosos…  ¿Quiénes son ellos?, se preguntaban, y ninguno atinaba a dar con los nombres. Entonces el entrenador,  aturdido por tanto griterío, tuvo que separarlos y poner a cada uno en su esquina; sugiriéndoles que tomaran un turno para hablar.
El primero en contar su historia fue Lito, quien dando unos saltitos, llegó contando chistes y haciendo bromas, de esos que había  escuchado decir a los payasos:
-Mamá, mamá, en la escuela me quieren poner queso
-¡Cállate Nacho!
Y el conejo miró directito al entrenador esperanzado en que hubiera entendido su chiste, porque falta decir sus compañeros no abrieron los hocicos ni para  un solitario  ja.  
-Señor, señor, me robaron mi pan
-¿Iba solo?
-No con mantequilla
Alguno de los conejos  soltó un ja, ja… calladito, y enseguida un torrente de jjj aaa ja jaa jaaa descontrolado que fue golpeando bigotes y contagiando risas y vacunando amarguras.  Ganas le daban a Lito  de apuntarse para  el acto de los payasos. Juró y perjuró que anduvo arrancando sonrisas y moviendo muchísimo sus bigotes de tantas carcajadas. Y no sobra decir que aquella noche le llovieron aplausos.
El siguiente fue Leto, se abrió paso entre la multitud dando grandes zancadas, con su cabeza muy en alto y moviendo su peludo cuerpo para que admiraran cuánta fuerza había adquirido, y… ¡Tan repentinamente! Porque como saben, no cualquiera entra de domador de tigres y leones como él había hecho, obligándolos a verlo como algo más que comida andante. Después toda la tarde fue salvar personas que admiraron su enorme valentía, claro que había olvidado dar los detalles de cómo los había salvado, pero hecho estaba y ningún conejo podía dudarlo.
El último en tomar su turno fue Tito, quien a decir verdad no tenía tantas aventuras que contar como Lito y Leto, porque había decidido quedarse a esperar a sus compañeros y casi casi nada había sucedido. Incluso había estado tan aburrido que se había apuntado de voluntario para ayudar a recibir a las crías de Faby, una osa  viuda  desde hacía siete días. Eso de convertirse en un conejo partero le entusiasmó tanto, que llegó a ponerlo en práctica con quien se aventurara...
s días. A ahí se habhabar a recibir a las crhabe valentiamo antas carcajadas que solt Los conejos pasaron el resto de la noche muy divertidos, zanahoria en pata,  reunidos cerquita de sus jaulas, mientras el entrenador los observaba con una disimulada risita en los labios.
 

Nicté García Yuen (la segunda de izquierda a derecha...)


Mi experiencia  tras convertirme en un conejo fue reveladoramente nutritiva, echando un vistazo cuenta atrás, andaba medio debilucha por la vida, quizá porque no comía mi correspondiente ración de  zanahorias. Entonces, vagando por uno que otro prado,  me topé con cierto domador, de cuyo nombre no quiero acordarme, quien me invito a formar parte de este acto circense. Al principio andaba a tientas, porque no sabía que esperar, las dimensiones eran desconocidas; incluso me sentía temerosa, pero las patas amigas van llegando, una tras otra, brindándose a través de gestos y sonrisas, compartiendo vivencias. Y el sentirme parte de un grupo integrado por conejos tan especiales es reconfortante. Uno se sabe escuchado, porque las ideas surgen, se comentan y van entrelazándose; comienzan pequeñitas  en la mente de alguno, crecen a base de sugerencias y felicitaciones,  toman formas insospechadas, y entonces, sólo hasta entonces ya no son suyas o mías, son de los espectadores. Cerca ya del final de este acto, no me queda más que agradecer por todas las risas, involuntarias debo aclarar, que  estos conejos me arrancaron, y especialmente por sus enseñanzas. Ha sido un placer darlo todo por este sueño comunitario.


jueves, 19 de enero de 2012

Y, de pronto, di el conejazo (experiencias de Angélica Cota, autora del primer cuento: Ciso)

Los conejos me persiguen. No como una horda despiadada o todo el tiempo, pero son una constante de mi vida. Posiblemente para no asustarme (con su timidez extrema, ellos sabrían sobre eso). Sin embargo, ahí han estado, asomando de vez en cuando la nariz sobre mi hombro en forma de un conejo de carne y hueso...

Esquina inferior derecha


O uno de juguete.

No es el peluche del que hablo después,
pero sirve para ilustrar mi punto


Un poco más adelante en el tiempo, mi hermano, cuya identidad permanecerá en secreto, pero a quien llamaré Hermenegildo, me ayudaba a crear mundos e historias con un grupo de animales de peluche. De entre estos, sobresalían par de pequeños conejos, uno el ayudante de la otra, una coneja científica malvada. (Si alguien pregunta, es mera coincidencia.) Tal vez algún día me anime a escribir lo que recuerdo de esas aventuras. Sería divertido... y una de las razones por las que Hermenegildo seguiría siendo conocido como Hermenegildo en el resto de mis crónicas.

Los años pasaron y de pronto surge la iniciativa de escribir cuentos de conejos circenses en el taller de Viaje a la Semilla. La maestra Yolanda nos pidió que lleváramos algo la siguiente sesión. Yo dejé a mi subconsciente trabajar por mí y el día anterior de la entrega de la tarea, alrededor de las seis de la tarde, tomé pluma y papel y comencé a escribir. Porque yo todavía algunas cosas las escribo a la manera tradicional, al menos el primer borrador. Siento que las palabras fluyen más fácil. Ya después lo paso a computadora. Tras la transcripción, puede quedar casi igual o terminar irreconocible, depende de muchos factores. Pero divago.

Llevé mi pequeño cuento al taller y les gustó, así que se quedó. Y se quedó como estaba, básicamente. La versión publicada tiene sólo cambios mínimos.

Ciso comparte algunos rasgos básicos de personalidad con Fufo, el peluche con el que jugábamos, pero exagerados para quedar a tono con el tipo de historia. Fufo tenía su lado vanidoso, ciertamente, pero también era asistente en un laboratorio del mal, así que también tenía su buena parte de conocimientos científicos. Ciso se rehusaría a entrar a uno de esos porque las sustancias químicas podrían afectar su pelaje. Quizá si le ofrecieran una sesión de fotografías a publicarse en una revista famosa...

Bueno, esa es más o menos la historia, aunque no es todo lo que tengo que decir. Pero lo dejamos para otro día.


lunes, 16 de enero de 2012

Y aparece el primero conejo...


Ciso



Ilustración de Casús Olivas


Ciso pasaba horas cepillando su pelaje y se daba shampoos de cuerpo completo con frecuencia (aunque no demasiado para no resecar su piel). También hacía todos los ejercicios que el Entrenador les decía, e incluso consiguió una calculadora para controlar cuántas calorías consumía. Por no decir que todo aquel tiempo que pasaba en el baño con sus mascarillas debía ser ilegal.

-Sólo me cuido -le decía Ciso a quienes osaban quejarse porque necesitaban también el baño-. No tiene caso que arruine algo que ya viene perfecto de paquete.

El resto de los conejos sólo entornaba los ojos, pero lo dejaban en paz. Aunque había dos o tres que, deslumbrados, se peleaban por sostener su cepillo y pasarle la botella de agua cuando estaba en la caminadora.

-Cuando esté en la cima, no me olvidaré de ustedes -les decía, aunque en realidad no se había tomado la molestia de aprenderse sus nombres. Tenía su mente enfocada en otras metas.

Llegó entonces el día en que el Entrenador les dio sus lugares en el acto. Al escuchar lo que le tocaba hacer, Ciso se quedó tan indignado que por un rato no pudo ni siquiera moverse. Fue hasta el final de la reunión que logró recobrar la compostura.

-Señor Entrenador -dijo-, ¿puedo hablar con usted un momento?

-Claro, Ciso. ¿Qué pasa?

-Estoy un tanto inconforme con el acto. Estoy capacitado para algo más importante.

-¿Lo estás?

-Sí. Y también merezco un traje mejor. ¿Qué tal uno dorado y rojo brillante? De lentejuelas, para que resplandezca con las luces del escenario. Y una capa que ondeé elegantemente detrás de mí.

-Me temo que no es posible. El acto está diseñado para...

Ciso tiró al suelo su folleto informativo y cruzó las patitas delanteras.

-El acto está mal.

-Ciso, tienes que trabajar con los otros.

-No. ¡Yo soy el mejor! ¡Yo debería sobresalir! ¡El acto debería estar diseñado para que los otros me hagan brillar a mí! ¡Es lo menos que merezco!

-Ciso, no puedo hacer eso. Todos son igual de especiales y...

Ciso le dio la espalda al Entrenador.

-Si no es bajo mis términos, no haré nada.

Y fue a encerrarse en su camerino.

El Entrenador recogió el folleto del suelo. Necesitaba a los diez conejos para ese acto, o el balance se perdería y podrían lastimarse. Tenía que convencer a Ciso para que participara. Por un lado, siendo el Entrenador, podría obligarlo, pero así no tenía sentido. Presentarse ante el público no tenía ningún caso si los artistas no se divertían. El Entrenador quería que los conejos participaran libremente, de otra forma sería una crueldad.

Habló con el resto de los conejos para que lo ayudaran con Ciso, pero desde que lo escucharon gritar que era mejor que ellos, el susodicho había dejado de agradarles. Incluso los que solían seguirlo para ayudarlo con sus rutinas de belleza estaban decepcionados. Sólo uno de ellos continuaba haciéndolo, y no era precisamente el que tenía la fama de ser más listo de todos.

El Entrenador tampoco estaba dispuesto a rendirse tan pronto (hay que decir que entre su gente el Entrenador tampoco había sido considerado el más listo). Durante los siguientes días, trató de ganarse la buena voluntad de Ciso mandándole flores, tarjetas, chocolates. Incluso le llevó serenata una vez. Pero Ciso no aceptó ningún regalo y le tiró un cubetazo de agua fría (que no lo mojó mucho porque los cubos de los conejos no son muy grandes).

-¡Sólo volveré cuando sea la estrella!-decía Ciso cada vez antes de cerrar su puerta.

El Entrenador estaba ya despesperado y muy triste.

-Modifica el acto para que sea de nueve conejos -dijo el dueño del circo, quien quería comenzar a ganar dinero con el grupo.

-Los necesito a todos -respondió el Entrenador-. Deme unos días más.

-Bien. Pero que no pase de una semana. Ya he esperado lo suficiente.

El Entrenador fue a buscar un árbol para tirarse bajo su sombra y mirar cómo se movían las hojas allá arriba. Eso siempre lo ayudaba a pensar. Recordó cómo había conocido a algunos de los conejos, en una Granja a donde iban a parar animales que nadie quería ya. O incluso no animales: el propio Entrenador pasó una temporada ahí hasta que decidió salir por su propio pie a buscar su lugar en el mundo, pero esa es otra historia.

Cuando estaban en la Granja, Ciso no paraba de repetir que sólo estaría ahí una temporada muy corta. Claro que muchos de los que estaban ahí decían lo mismo, pero Ciso era el único de los conejos que se esforzaba por mencionarlo cada dos o tres frases.

-¿Puedes lavar esto por mí? No tardan en venir a recogerme y no tiene caso que aprenda a usar la lavadora -por ejemplo.

O

-¿Alguien sabe cuál es el Canal de la Naturaleza? Como ya vienen por mí, ¿para qué me los aprendo?

De hecho, cuando el Entrenador propuso al grupo de conejos la idea de unirse al circo, Ciso se rehusó repitiendo la misma historia.

Sin embargo, el mismo día en que el Entrenador y los conejos estaban listos para partir, Ciso se acercó a ellos arrastrando un carrito lleno de maletas.

-¿Saben qué? Lo estuve pensando y me di cuenta de que no llegarán a nada sin mí -les dijo-. Así que por su bien, será mejor que los acompañe.

Así fue como llegaron a donde estaban ahora.

-Cambió de opinión entonces -se dijo el Entrenador-. Tal vez si logro averiguar por qué...

Al día siguiente, muy temprano, el Entrenador hizo un par de llamadas telefónicas. Tras meditar la nueva información, le pidió a Ciso una cita por medio del secretario que le quedaba. Ciso apareció muy puntual, con una bufanda al cuello y un par de lentes oscuros.

-¿Accederás a mis deseos?-preguntó en cuanto se sentó a la mesa.

-No -respondió el Entrenador.

-Entonces ¿para qué me llamas? Esta es la hora de mi siesta de belleza, ¿sabes?

-No, no lo sabía. Pero de todas formas tengo que preguntarte una cosa: ¿por qué estás aquí en el circo?

Ciso movió los bigotes.

-¡Porque quiero fama y gloria!

-¿Por qué?

-¡Porque las merezco!

El Entrenador ladeó la cabeza.

-Las quieres porque tus antiguos dueños se mudaron de su casa y no dejaron su nueva dirección en la Granja, ¿no es así? Y si eres famoso, ellos sabrán dónde estás ahora.

Las orejas de Ciso cayeron hacia atrás, sobre su lomo.

-¡No lo hicieron a propósito! De seguro tenían prisa y... y la tía Francisca no tenía ningún derecho de decir que tenían que deshacerse de esa cosa tan fea. ¡No soy feo! ¡Todo lo contrario! ¡Ganaba muchos premios cuando abuelita me llevaba a los concursos! Sólo que un día le dio mucha tos y entonces dejó de llevarme. Pero no es porque esté feo... ¡Porque no estoy feo! -Ciso se quitó los lentes y miró al entrenador- ¿Verdad que no?

El Entrenador levantó a Ciso para abrazarlo. El conejo se dejó acurrucar.

-Claro que no estás feo. Todo lo contrario. Pero no puedo crear un acto especial para ti en este momento. Todos tienen que brillar igual primero. Aunque te prometo que lo haré más adelante, cuando hayamos triunfado. Cuando el dueño del circo nos dé más tiempo para nuestro número, haré un acto especial para cada uno -rascó la cabeza del conejo-. Y no te preocupes por lo demás, la fotografía de cada uno de ustedes aparecerá en el cártel y en los panfletos que se repartan. Si tus antiguos dueños están cerca, te verán. ¿Qué dices? ¿Participas con nosotros?

Ciso movió los bigotes de nuevo.

-Está bien. De todas formas, incluso las más grandes estrellas tienen que comenzar desde abajo. Queda mejor en las biografías.

El Entrenador rió.

-Muchas gracias, Ciso.

-Aún quiero mi traje dorado y rojo.

-Lo discutiremos después -dijo el Entrenador, aún abrazándolo.

Aunque no por haber accedido a formar parte en el acto con el resto de los conejos, Ciso dejó de acaparar el baño varias horas todas las mañanas.





ooo




Biografía conejil:


Angélica Co(nejo)ta
Ser conejo no es fácil. Hay toda una serie de expectativas que se hacen sobre uno nada más al verlo esponjoso, y luego se enojan cuando no es cierto. Pero no importa. Mi conejez es mía para vivirla como me nazca. Aunque por fortuna, pude encontrar una tropa de conejos igual de brillantes y especiales, dirigida por una domadora peor... Mucho peor.



martes, 10 de enero de 2012

Capítulo introductorio



¡Jamás había visto un espectáculo de circo así…! Los conejos y su entrenador lograron  impactarme durante el tiempo que se iluminó el escenario.
¡No podía marcharme de ahí sin averiguar qué clase de hechizo habían usado! Nunca imaginé que la magia…
Aunque el cielo lucía encapotado y gris, esperé a que el entrenador saliera para entrevistarlo, sentía que de sus respuestas dependían muchas cosas en mi propia vida.
Comenzó a tronar en el cielo y la luz del camerino se apagó. El entrenador salió y pasó a mi lado en silencio.
Disculpe…
Con un gruñido el hombre pareció decir: no me molestes, muchacho... Pero yo insistí.
-Disculpe, ¿podría darme unos minutos?
-Si puedes esperar…
Y esperé. Esperé mucho tiempo…
Llovió sobre mí, y pasaron días, y noches… hasta que el entrenador se cansó de verme ahí, como una estatua...
-Sube al auto, te llevaré a casa…
En el asiento trasero venían unos conejos, amarrados con el cinturón de seguridad. Me miraron con sus ojos rojos y lo que parecía una sonrisa.
El entrenador encendió el motor y me entregó una toalla llena de pelos para que me secara. Yo estornudé. Luego me ofreció la mitad de una torta de la cual salía una hoja de lechuga y un termo con algo que olía bien...
Somos un equipo, dijo el entrenador en respuesta a una pregunta que yo aún no formulaba. Eso es todo. Somos un equipo. Y calló.
El camino a casa era largo y accidentado. En cada tumbo los conejos iban y venían, como si el cinturón de seguridad fuera la liga de una resortera, y ellos fueran a ser disparados.
            El entrenador manejaba en silencio, mirando muy atento el camino, aquella lluvia volvía peligrosa la marcha, tal vez por ello su actitud era huraña…, ciertamente  contrastaba con la alegría de los conejos que cantaban muy alegres.
Algo sucedió mientras recorríamos el corto trayecto a casa… algo como un sueño, en donde cada conejo…





ACTUS MAGNO, los conejos también escriben

Se acerca un tiempo de conejos...
Silvio Rodríguez




Este libro que ahora sostienes en tus manos puede leerse de varios modos… puedes leerlo comenzando, como es costumbre, de principio a fin, o seleccionar al azar  y luego ir saltando, como conejo, de capítulo en capítulo; o leer sólo uno, o dos, o ninguno de dichos capítulos. El caso es que cualquiera que sea tu decisión estará bien…
Este libro puede ser una antología de cuentos, es decir, un conjunto de cuentos, o puede ser un rompecabezas, o una novela escrita a varias manos… o más.
Pero cuidado, porque este libro tiene un hechizo…
¿Crees en la magia? ¿Crees que es posible que un sapo sea en realidad un príncipe?, ¿o que un príncipe pueda convertirse en sapo? Yo no lo creía, hasta que sucedió algo… Algo que te quiero compartir: ¡La magia existe!,  tal vez no he visto nunca un sapo convertirse en príncipe, pero  sí que he visto personas de carne y hueso convertirse en conejos… de verdad. De eso se trata este libro, es un acto de magia, en un circo muy especial, las carpas son de papel…



Antecedentes

La historia comenzó un día de verano, en una librería. Un grupo de adultos, muy entusiasmados por el mundo de la literatura infantil y juvenil, se inscribieron en un taller de escritura, querían  escribir historias para jóvenes lectores.
En el grupo había  un alumno muy especial: Jaime. Todos los compañeros lo querían mucho, pero Jaime no deseaba en realidad ser escritor, era un gran lector y con eso le bastaba; se había inscrito al curso porque tenía que ver con libros, eso era todo. ¡Y cuánto disfrutaba Jaime las clases!, sus compañeros leían los cuentos que habían escrito, la maestra corregía algunos puntos, luego, todos juntos inventaban más historias. En todas las sesiones, a mitad de uno de los cuentos, Jaime sacaba varios paquetes de cacahuates… (¿debería haber llevado zanahorias?). El caso es que la maestra, después de algún tiempo, comenzó a preocuparse porque Jaime no escribía nada, ciertamente era puntual, estaba muy atento, participaba con buenos comentarios, y ¡jamás faltaron los cacahuates!, pero no escribía, y la maestra sentía que “debía” hacerlo escribir… Por ello utilizó todos los medios a su alcance: revisó estrategias, ejercicios, varias actividades, sugerencias de otros maestros, libros sobre el tema… nada dio resultado, Jaime no escribía ni una línea, (¡lo que él en realidad deseaba era ser espectador atento y entusiasta de lo que sus compañeros hacían!); y la maestra, como a veces sucede con las maestras, tardó un poco en comprender aquello...  
-Aquí hay varias ilustraciones, escojan una y escriban qué creen que sucedió antes y qué sucederá después… ¡Tienen media hora para escribir!
Todos eligieron, incluido Jaime, una de las ilustraciones. Eran imágenes impactantes, imposible no despertar a “la loca de la casa”, la imaginación… Todos comenzaron a escribir apresuradamente, inspirados por la imagen elegida… todos, menos Jaime, quien sacó tranquilamente de su mochila varias bolsas de cacahuates y comenzó a repartirlas a sus compañeros con una de esas sonrisas cautivadoras que lo caracterizan.
Pero la maestra no se dio por vencida:
-Vamos, Jaime ¿cuál es tu ilustración?

Jaime mostró muy orgulloso una hoja con dos dibujos, al mismo tiempo le entregó a la maestra una bolsa con cacahuates. En la mitad de la hoja aparecían varios conejos a punto de saltar sobre un trampolín, y en la otra los mismos conejos desparramados por el suelo.
-Y ¿sobre qué tratará tu cuento…? Preguntó la maestra como si se dirigiera a un niño… (En realidad Jaime es experto en regularización de niños con dificultades para aprender; además, Jaime es mágico…).
-Sobre un entrenador y unos conejos, él logrará que realicen un gran acto de circo.
-Oh, ¡muy bien…!
Pero Jaime no trazó ninguna línea, la historia estaba en su cabeza y comenzaba a tomar forma…. 
De haber sabido que era un verdadero mago la maestra hubiera dejado de insistir… ¿O no…?
-Anda, Jaime, todos te ayudarán, mira, cada uno de tus compañeros puede ser un conejo, y cada uno escribirá una parte de la historia…
            ¡Qué insistente y terca se había vuelto la maestra! Tanto, que la tarea, para todos, fue traer, cada uno, un cuento que tratara sobre un conejo en un circo. Cada cuento debía ser  integrado al cuento de Jaime, (en el que aún no había ni una sola letra).
A pesar de lo descabellado de esta idea, ¡la siguiente clase llegó el primer conejo! Todos quedaron tan asombrados como si hubiese salido de un sombrero… ¡era una historia genial!, llena de humor, aventura; hubo carcajadas, sorpresa, admiración.
La siguiente semana llegaron tres conejos… luego otro… y otro más.
Y así, uno a uno, como los conejos de Cortázar, tomaron el salón de clase. Se habían reproducido “como conejos”.
Pasado un mes, Jaime dejó de asistir, se había inscrito a otro curso... (¡de Cábala!, les  dije que era mago…), y sin embargo había escrito su cuento (sin una sola palabra). Como hechicero, convirtió a sus compañeros en conejos; luego, siguió su camino… dejó a la maestra trasformada en entrenador, y logró que todos realizaran el gran acto circense de sus sueños: escribir un libro.





Actus Magno, los conejos también escriben:

Coordinación de proyecto Yolanda Ramírez Michel
Ilustraciones Casús Olivas

Ciso, Angélica Cota
Los tres Conerregos, Nicté García Y.
Cucho, Patricia Sanmigue
Impromptu, Luisa Amelia Bañuelos
Conejo Escritor, Javier Rizzo
Ofelia, coneja de Dinamarca, Ceci Magaña
El conejo del pasto verde, Casús Olivas 
Elemer, Martha Elena Aviña
Señas, Arturo Gómez
Mardor, Fabiola Magaña
Odilón y Margarita, Sandra Paz
Toto, Paulina Álvarez
Mordekai, Lourdes Carmona
Kunelaki, Magdalena Dueñas
Conejo ingeniero, Angélica Cota