Cucho
Patricia Sanmigue
No hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y transforme en héroe.
Platón
Cucho era enorme y de pelaje muy suave. El último varón de 52 hermanos. Hijo de una atlética liebre que cayó perdidamente enamorada apenas rozar las sedosas mejillas de un conejo de angora. Ambos se conocieron en cautiverio. Su dueño insistía en cruzar las dos especies y así obtener el mejor criadero canícula de la región.
A pesar de pertenecer a una numerosa prole, Cucho fue el único en heredar las mejores cualidades genéticas de sus progenitores: musculosa estructura y envidiable pelo color plata. Motivos que lo mantenían a salvo y lejos del matadero (sitio del que ninguno regresaba).
Una noche, Matu, su vigésimo tercer hermano, e inseparable amigo, golpeteó con sus patas traseras el piso. Anunciaba peligro.
-Debo escapar hoy por la noche. La rata que vive en el cobertizo, me avisó que mañana seremos sacrificados varios animales.
Cucho no podía imaginarse lejos de Matu. Desde pequeño le admiraba. Él le enseño a dar sus primeros saltos, a olfatear y saborear las zanahorias antes de darles una mordida, a cavar con firmeza, sin ensuciarse, a escabullirse entre los matorrales para aguardar el mágico instante en que los astros se confunden...
-¡Yo voy contigo!- le respondió enseguida.
-¿Cómo? Pero tú aquí no corres ningún riesgo, eres muy valioso…-
-Matu, estando juntos siempre podremos enfrentar aquello que nos encoge el corazón ¿Lo recuerdas? Me lo has dicho desde pequeño. Ahora soy yo quien quiere apoyarte.
Ambos hermanos prepararon la huida. A Cucho le sería difícil recordar luego con claridad qué sucedió. Al parecer, su memoria se resistía a revivir lo ocurrido. A veces despertaba asustado, sudando, y escuchaba los sonidos de esa trágica noche: un golpe seco, el ensordecedor trueno de una escopeta…
Sólo él logró fugarse, gracias a su complexión física, después de atravesar varios sembradíos llegó al pie de una carretera, herido por las cercas de acero con púas que fue cruzando en su camino.
Ahí fue donde lo encontraron, moribundo.
…
El entrenador lo bautizó con el nombre de Cucho, porque lo descubrió con media oreja y graves rasguños repartidos en el cuerpo.
Recuperarse no le fue fácil. Las heridas físicas sanaban pero había una lesión más profunda...
El entrenador sentía compasión por él. Y aunque se propuso sanarlo e incluirlo en el espectáculo que preparaban no lograba hacerlo reaccionar. Con gran paciencia, lo alimentó, le demostró cariño y poco a poco Cucho fue recuperando la salud física… pero se mantenía al margen, oculto en un rincón...
-Cucho, no puedes vivir escondido.
-… (el pequeño Cucho, como bulto, seguía inmóvil y mudo entre las sábanas).
…
Así pasaron más de quinientos treinta y siete días. A Cucho le aterraban los bichos, incluso los diminutos, no soportaba la obscuridad, pero tampoco salir a la luz, temblaba apenas intentaba dar un salto fuera de la cama, se había convertido en un manojo de nervios.
Durante todo aquel tiempo, el entrenador no olvidó, ni una sola mañana, llevarle su pastel de zanahoria con germinado, su jugo de apio y como postre: lechuga en almíbar, siempre con una pequeña nota:
“Cucho, te esperamos afuera. Atrévete a dar el primer salto, nosotros te cuidamos”.
El resto de los conejos no comprendían por qué el entrenador era tan atento con un desconocido que ni siquiera le respondía cuando le hablaba.
-Vamos muchachos, no sabemos qué le ocurrió a Cucho, pero seguramente fue algo terrible, y ustedes deberían ponerse en sus zapatos. Imagínense vivir con media oreja y cubierto de cicatrices-
-¡Qué horror! ¡Yo no podría salir así a la calle!- exclamó Ciso una noche, mientras el resto guardaba silencio.
…
Y como todo cambio en las rutinas produce un cambio interior, el destino hizo que una mañana, la charola con comida no apareciera en el lugar de costumbre...
Cucho la extrañó, y extrañó las cejas pobladas del entrenador.
¿Qué sucede? Pensó y sacó la cabeza de debajo de las sábanas…
Las horas transcurrían al ritmo de los rugidos de sus tripas, los malos presentimientos no cesaban de rondarle en la cabeza. Supuso lo peor. Se imaginó al entrenador arrollado por un tren. Consideró que los demás conejos enloquecerían y lo enviarían en un cohete al espacio. Luego vino a su mente otro pensamiento atroz: feroces perros persiguiendo a su nuevo amigo, él esquivando balas, corriendo entre piedras y espinas.
-Sí… seguramente también quisieron enviarlo al matadero- lamentó sumido en tristeza.
Cucho decidió aventurarse fuera de la habitación... Había algo que por fin era superior a su miedo.
Había una luz dorada en la ventana… Cucho observó la luz del sol, tal y cómo solía hacerlo con Matu. En ese instante sintió a su hermano cerquita de él, se dio cuenta de que nunca estuvo solo... Entonces los recuerdos volvieron. Con ellos Cucho trasformó su miedo en valor. Brincó hasta la puerta y… ¡oh, sorpresa!, no esperaba que aquel a quien supuestamente iría a rescatar, estuviera acercándose con la charola y una sonrisa...
-¡Cucho, decidiste salir!
-Pensé que le había sucedido algo malo…
-No, Cucho. Uno de tus compañeros enfermó y tuve que llevarlo al doctor. Debes de tener hambre…
-Me preocupé por usted.
-Perdona, debí avisarte…
El ruido de los conejos ahogó la última frase de Cucho, quien se acercó a contemplar más de cerca a los conejos.
-¿Qué hacen?
-Es parte de un espectáculo para el circo, ven a ver…
¡Maravilloso!¡Espectacular! Jamás pensó que un grupo de mamíferos regordetes y orejones podían ser capaces de semejantes hazañas. Cucho no cesaba de aplaudir.
-¿Te gustó? ¿Quieres participar?
-¿Yo…? Tengo aún un poco de miedo…
-Sólo puedo ofrecerte mi mano cuando la necesites.
-Lo sé… Me promete que siempre la tendré cerca.
-Siempre es una palabra muy larga, te prometo que la tendrás día a día.
Los monstruos del conejo de la oreja rota poco a poco se fueron desvaneciendo. Preparar el espectáculo le proporcionó la alegría de vencer nuevos miedos y, aunque por las noches todavía dejaba la luz encendida, sus ronquidos se confundían con los del león y no dejaban descansar a más de alguno. Esos sí que eran motivo de espanto.
Patricia Sanmigue
Paty ha crecido venciendo muchos miedos, algunos pequeños y otros enormes. Poco a poco ha ido descubriendo que ningún monstruo será mayor al gigante que nos habita, sólo debemos averiguar cómo despertarlo. A ella le tomó tiempo comprenderlo. La respuesta es sencilla dar y recibir amor.